Lejos de los circuitos turísticos saturados, la selva Lacandona guarda dos joyas donde la naturaleza y la cultura siguen marcando el ritmo de la vida diaria: Metzabok y Nahá. Estas comunidades lacandonas, rodeadas de lagunas esmeralda y selva primaria, ofrecen experiencias de ecoturismo gestionadas por los propios habitantes, ideales para viajeros que buscan algo más que una foto: una forma distinta de entender el territorio.
Metzabok: el reino de las cuatro lagunas
Metzabok es un pequeño poblado lacandón rodeado por un sistema de lagunas de agua turquesa, conectadas entre sí por estrechos canales naturales. Aquí, el turismo es comunitario y de bajo impacto. Las actividades más auténticas no se venden como “adrenalina”, sino como exploración respetuosa: recorridos en kayak al amanecer, caminatas guiadas por senderos donde los guías explican el uso medicinal de las plantas, y visitas a cuevas con pintura rupestre que narran una historia milenaria.
Una de las experiencias más valiosas es compartir el tiempo con una familia lacandona, probar la comida local —pescado de laguna, tortillas hechas a mano, bebidas de cacao— y dormir en cabañas sencillas que funcionan con energía solar.
Nahá: selva profunda y ciencia comunitaria
Nahá, cuyo nombre significa “Casa del agua”, está localizado dentro de un Área de Protección de Flora y Fauna. A diferencia de destinos más conocidos, aquí el turismo se vive casi en silencio. La gran laguna central refleja la selva como un espejo, y los alrededores son uno de los puntos con mayor diversidad de aves y anfibios de México.
Las cooperativas locales ofrecen talleres de identificación de aves, caminatas de interpretación ambiental y visitas a proyectos de conservación donde se muestra cómo la comunidad participa en el monitoreo de jaguares, monos aulladores y tucanes. No se trata de espectáculos, sino de educación ambiental vivida desde adentro.
Más allá de Palenque: una ruta distinta
Palenque suele ser la puerta de entrada a la región, pero muchos viajeros no pasan de las zonas arqueológicas y las cascadas. Continuar hacia Metzabok y Nahá significa adentrarse en caminos de terracería, retenes comunitarios y tramos donde la señal telefónica desaparece. Justamente ahí comienza la experiencia real: la sensación de aislamiento, la confianza en el guía local y la comprensión de por qué la selva Lacandona sigue siendo uno de los pulmones verdes más importantes de Mesoamérica.
El trayecto se realiza idealmente con transporte local o guías certificados, ya que algunas rutas solo son transitables en ciertos climas.
Turismo que sí deja huella (la correcta)
En Metzabok y Nahá no encontrarás resorts de lujo. La esencia está en lo simple: cabañas ecológicas, baños secos, paneles solares y el respeto absoluto por los ciclos de la selva. El dinero que se paga por hospedaje, guías y alimentos se queda en la comunidad y apoya directamente proyectos de conservación y educación.
Quien viaja aquí descubre que el verdadero lujo no es el WiFi, sino escuchar a los monos aulladores al amanecer, remar sobre una laguna sin una sola lancha de motor alrededor y mirar un cielo completamente libre de contaminación lumínica.
Viajar con conciencia en la selva Lacandona
Para que la experiencia sea segura y respetuosa, es fundamental llevar ropa ligera de manga larga, impermeable, repelente biodegradable, lámpara frontal, efectivo en billetes pequeños y una actitud abierta al aprendizaje. Lo más importante no está en el equipaje, sino en la disposición de escuchar y seguir las reglas de las comunidades.
La selva Lacandona en Metzabok y Nahá no se “consume” como un destino turístico: se vive con humildad. Y quienes regresan, vuelven distintos: con menos prisa, más silencio adentro y una conexión profunda con la naturaleza que ya no se olvida. 🌿